Artefactos, comunidades y diseño: entre la imagen y la identidad

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Cuando los productos aspiran a algo más que simplemente ser marcas y mostrar su identidad ante las personas, el único camino pasa por convertirse en experiencias significativas para ellas. Segunda parte y final de Envases y embalajes: piel y voz de una marca. | |||
Por Álvaro Magaña T. | |||
En su clásico libro de 1999, Experiential marketing, Bernd H. Schmitt declara que los proveedores de experiencias o “ExPros” son siete: primero las personas (o como él las denomina, “el elenco”); segundo los espacios digitales y redes sociales (todo lo que ocurre entre una interfaz digital y una persona); tercero las comunicaciones (tanto publicitaria como de relaciones corporativas); cuarto el co-branding (o las relaciones entre una marca y las marcas de sus aliados); quinto, la arquitectura e interiorismo de los espacios físicos en los que la marca recibe, acoge y transa con sus clientes; en sexto lugar, la identidad visual, el visual merchandising y la señalización, y por último, la presentación de productos y servicios (entre ellos el packaging). Aceptando que toda tipología es arbitraria y, por lo mismo, discutible, no podemos negar que el lugar que hoy ocupan las marcas en nuestra vida no se ha producido tan solo por la sucesión de imágenes inconexas emitidas por los medios de comunicación. Está comprobado que son muchos y diversos los factores incidentales en esta conexión, que sólo se logra gracias a la orquestación adecuada de todos los recursos mencionados por Schmitt.
Las marcas, con sus productos y servicios, políticas de precios, estrategias de venta y comunicaciones y todos sus activos intangibles, durante la mayor parte de su existencia sólo se vuelven reales al impactar nuestros sentidos y comprometernos afectivamente, ya sea mediante la confianza, la identificación o las sensaciones que nos hacen vivir. No es excesivo afirmar entonces que toda la razón de ser de una organización se juega en ese instante de contacto con las personas, un “momento de la verdad” en que se hace concreto cualquier estímulo sensorial que diga representar a la marca. En este nivel, cuando lo tangible se convierte en la única realidad del producto, el packaging se vuelve automáticamente el recurso que “hace las veces” del producto durante la mayor parte de su ciclo de vida antes, durante y después de su consumo directo. Tan estratégica es esta dimensión experiencial y temporal del packaging, que a nivel internacional los envases, etiquetados y embalajes de los productos han empezado a ser concebidos en función de su efecto a largo plazo en el ecosistema planetario. Hoy no basta con mejorar únicamente el desempeño comercial de un packaging, su impacto en el punto de venta y su diferenciación, sino que cada vez cobra más fuerza la idea de que las marcas siguen habitando el diseño de los envases de sus productos mucho más allá del momento de consumo, y que las organizaciones deben hacerse responsables y contribuir a la sustentabilidad del ecosistema humano. De hecho, hoy se espera que las grandes marcas que consumimos a diario sean también “buenas marcas”, de allí que el packaging sea un vehículo de comunicación del compromiso de las organizaciones con la comunidad. Un compromiso que, como hemos señalado, no solo se expresa en la efectividad de la comunicación implícita en su diseño, sino que ahora también en la responsabilidad asumida frente al ciclo de vida completo de sus productos: ya sea adquiriendo certificaciones, mejorando materialidades o adhiriendo a iniciativas que instalen conciencia sobre, por ejemplo, la vida útil de los envases después de consumido el producto que contenían.
El packaging y el producto Probablemente, los bienes perecederos (no confundir con “perecibles”) sean los que con mayor claridad nos permiten apreciar cómo el packaging traduce la propuesta de valor en identidad, pues el envase y su apariencia, su forma y funcionalidades, se manifiestan de forma tangible para el consumidor. En dichos casos, el packaging es sin duda el único modo posible en que podemos concebir al producto en el mercado. En otras palabras, el packaging ES el producto. El perfume femenino Very Irresistible, de Givenchy, es así mucho más que una fragancia y una estética: es una promesa de funcionalidad y de garantía que asume una forma y una materialidad que acompaña a su comprador en su uso, ya sea como objeto de regalo o como artículo de uso personal que probablemente acompaña a su dueña en diversos lugares y situaciones. En el ámbito de las aguas embotelladas, la tendencia a comercializar aguas de diversos orígenes -de lluvia, de glaciares, de icebergs, etc.- obliga al menos a cuestionarse cuál es la estrategia más adecuada para comunicar que mi marca de agua es más valiosa que el humilde líquido que sale de las cañerías, e incluso más valiosa que las Evian, Perrier, Jahuel, Cachantún, Vital y Puyehue de cada mercado. En estos casos, la capacidad sugestiva del packaging será esencial para relacionar el producto con una promesa discernible, recordable y valorable. En concreto, el envase y su estética aportan un ingrediente básico para la decisión de compra. Si recordamos esa vieja fórmula que han llamado la “ecuación de valor” y que afirma que “el valor es la información partida por el precio”, el packaging es el recurso estratégico de la marca que le aporta al consumidor un grueso de información irrefutable: calidad del producto, cantidad, coloridos, personalidad, componentes, atributos relevantes, origen, premios, certificaciones, etc. Siguiendo con el ejemplo de las aguas embotelladas, la promesa de un agua obtenida del deshielo de un iceberg (como el caso de las aguas berg de Canadá) se vería muy mal e infundiría desconfianza si su diseño y su estrategia de precio no comunicaran la rareza y calidad del producto: basta imaginarla embotellada en un envase PET genérico y con un precio exorbitante (o irrisoriamente bajo) para gatillar la disonancia. Las formas, la materialidad y la gráfica son fundamentales para “emocionalizar” el producto, para que cada uno de nosotros perciba -sensorial, racional y afectivamente- que no se está en presencia de un producto más.
Identidad, experiencia y servicio Como ya hemos esbozado, entender cada producto y su marca de un modo sistémico contribuye a que las decisiones de diseño tengan un alcance estratégico y contribuyan al éxito de su posicionamiento en el mercado. Esto implica tener en cuenta: • La experiencia que el producto debe proveer en todo su ciclo de vida • Los recursos que serán usados para emocionalizarlo y así empatizar con las personas • La funcionalidad a todo evento (informativa, de uso, de almacenamiento, de transporte, etc.) • Su eficacia en la exhibición (visibilidad, orientación y deseabilidad) En un contexto global que evoluciona hacia una economía de la atención, donde los estímulos emitidos por los medios, la vía pública y los puntos de venta constituyen un verdadero enjambre, ningún producto puede darse el lujo de optar por ser irrelevante. Como se ha dicho, “en cada categoría hay espacio para que un solo actor resulte ganador en la guerra de precios”: todos los demás están obligados a agregar valor y salir del ruido ambiental, evitando las comunicaciones genéricas que solo contribuyen a la creciente confusión de los consumidores. Los productos y sus marcas tienen la misión de conectar con nosotros de maneras significativas y el packaging puede lograrlo en todos los niveles. Álvaro Magaña Tabilo es Diseñador con Mención en Comunicación Visual de la Universidad Tecnológica Metropolitana (UTEM), Santiago de Chile. Es Asesor Estratégico (Brand Planner) de Procorp Chile para las áreas de Branding y Comunicación. |
Una parte importante de la vida de un producto ocurre en torno a su envase y embalaje, los que le brindan no sólo protección y transporte, sino principalmente visibilidad, orientación y deseabilidad de cara al mercado. Este es el primero de dos artículos del brand planner de Procorp sobre los alcances estratégicos del packaging para las marcas. | |
Por Álvaro Magaña T. | |
En un tiempo inmemorial, que para muchos existe solo existe como registro documental, la mayoría de los productos eran transados en única dependencia de lo que estos mismos eran capaces de comunicar. La leche, por ejemplo, era un producto que se consumía “al pie de la vaca”, o bien era repartido a granel por un señor vestido de blanco (en el súmmum de su sofisticación) en botellas de vidrio sin identificación visible, con la única condición de ser consumible y estar porcionada en acuerdo con el comprador. En nuestra realidad contemporánea, en cambio, la leche habita un lugar cada vez más complejo llamado “góndola de supermercado”, donde coexisten numerosas variedades de la misma especie, bajo rótulos como leche entera, descremada y semi-descremada, sin lactosa, saborizada, extra calcio, con vitaminas, etc. Y es ofrecida por cuatro o cinco diferentes productores bajo diversos tipos de presentación. Lo que ha pasado con productos tan básicos como la leche es extrapolable a prácticamente toda la oferta existente hoy en el mercado. La diversificación y complejización de las calidades y características con que las empresas han salido a la conquista del consumidor, ha hecho necesario repensar los estándares de calidad y el valor agregado ofrecido por las marcas a las personas. Es más, ha obligado a replantearse la pregunta sobre cómo es que un producto es capaz de interpelar a las personas y gatillar el simple, pero a la vez complejo, acto de escogerlo, pagar por él y llevarlo a casa. El diseño de envases y embalajes, o packaging, es la especialidad del diseño que se ocupa de concebir el modo en que los productos se manifiestan en una etapa importante de su ciclo de vida: durante su transporte, almacenaje, exhibición y, muchas veces también, su consumo final. La necesidad de pensar exhaustivamente el rol que cumple la materialidad y la presentación externa de un producto ha demostrado ser igual de importante para las innovaciones tecnológicas de Apple, como para un simple helado, una fruta o un vino boutique. En muchos casos, envase y embalaje pasan a constituir la esencia misma del producto, incluso más allá de la experiencia de consumo: ¿qué es sino el packaging de un snack, de una colación escolar o de un vodka sueco mundialmente reputado? Y dado que el diseño de envases y embalajes se ha convertido en una especialidad en sí misma, los conocimientos y disciplinas que convergen en su reflexión también se han complejizado. En Procorp creemos que una adecuada puesta en escena de un producto debe ser capaz de ofrecer, desde el packaging, una propuesta de valor expresada en tres dimensiones: a) Visibilidad o diferenciación respecto a su categoría y entorno competitivo. b) Orientación o información relevante y clarificadora, que ayude al cliente a preferir nuestra propuesta. c) Deseabilidad o argumentos que trasciendan lo funcional, reflejando apropiadamente los atributos de la marca y conectando con los deseos y expectativas de las personas. Lograrlo demanda articular conocimientos estratégicos, culturales, productivos y materiales con una cantidad equiparable de talento, para hacer confluir en el diseño todas las condicionantes que emergen de la naturaleza propia de cada producto: aspectos legales, históricos, comerciales, precio, condiciones de exhibición, almacenamiento, transporte y respeto al medioambiente.
No podemos olvidar que el packaging de un producto está siempre sujeto a las condiciones y estándares imperantes en la industria al momento de su concepción, por lo que su diseño debe ser la mejor respuesta creativa a un imperativo funcional, cuya finalidad es propiciar una experiencia de consumo gratificante que cimente la lealtad de compra. Este enfoque estratégico implica naturalmente entender de qué forma las necesidades de los consumidores pueden ser satisfechas por el producto y qué atributos diferenciadores podrán afianzar un compromiso sostenido de sus compradores. Lo que significa internarse en el mundo del consumidor, entender sus hábitos, códigos y valoraciones, de forma que las decisiones creativas y las acciones comerciales se alineen adecuadamente con la realidad y la cultura de las personas que constituirán la audiencia de la marca. Por ejemplo, el modo en que es percibida la gráfica de un producto infantil variará ostensiblemente entre madres e hijos preescolares, preadolescentes y adolescentes, un producto masivo tendrá incondicionales e insatisfechos en diversos rangos de edad y “tribus” de consumidores, así como un producto especializado probablemente deberá ser capaz de comunicar llana y explícitamente sus méritos en contraste con su competencia, sin pasar por alto que diseñar para un mercado específico requiere sintonizar con creencias, costumbres y lenguajes que no siempre son entendidos a cabalidad ni por la organización ni por el equipo de diseño, por lo que es fundamental estudiar y familiarizarse con la realidad de todos quienes serán los consumidores del producto. Paralelamente este entendimiento debe ser complementado con un mapeo de la competencia, sus estrategias y recursos, precio y calidad de los productos rivales y su comunicación. Los patrones que son detectados a través de este ejercicio nos ayudan a determinar con mayor precisión los aspectos diferenciadores de los que puede hacerse cargo el producto mediante su packaging, ayudando a configurar su personalidad y deseabilidad. El proceso a seguir, tanto para la creación de los recursos de identidad que configurarán la esencia del producto, como para el desarrollo estructural de cada parte de un sistema de packaging, ya sea éste primario (la piel del producto), secundario (el envolvente del envase) o terciario (embalaje), debe realizarse en completa coordinación con la producción del mismo, ya que tanto peso, tamaño, resistencia y reciclaje de los materiales, así como los sistemas de impresión y empaque implicados determinarán la calidad percibida final del producto. Y por último, pero no por ello de menos importancia, es crucial definir los estándares de exhibición que darán al producto la mejor apariencia y desempeño en el punto de venta. Aunque esta condición sea difícil de administrar, el diseño debe procurar la conjunción de las mejores circunstancias permitiendo al mismo tiempo máxima flexibilidad con el mínimo de recursos adicionales. En suma packaging no es cosmética, es experiencia de marca. Como hemos visto, es imposible concebir el diseño de un packaging sin tomar en cuenta todos los aspectos contextuales que configuran la propuesta de valor del producto. Dicho cuidado debe estar presente durante todo el proceso de concepción estratégica y creativa, para: • Visualizar y gestionar las variables que condicionan las acciones comerciales, legales y logísticas de la organización responsable de colocar una nueva oferta de marca en el mercado. • Conseguir el engrane más eficiente y efectivo con las demandas, deseos y cultura de los consumidores. • Diseñar en coordinación con todos los involucrados en la fabricación, empaque, impresión/rotulación, distribución, determinación de precio y exhibición. • Proporcionar mejores y satisfactorias experiencias de consumo a sus clientes. • Servir a la consolidación y fortalecimiento de la reputación y valor de su marca. |
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