Reflexiones, Teoría y Cultura de Diseño

12 septiembre 2007

El Rol del Diseño en la Sociedad Neoliberal

Con este título ambicioso no llegamos a ningún lado...
Necesariamente debiéramos definir a qué le llamamos una sociedad neoliberal y más específicamente si es posible determinar roles dentro de una sociedad de la misma forma como asignamos funciones a diversas partes de un mecanismo. Las respuestas a este planteamiento son múltiples y están todas cortadas por el matiz ideológico que cada uno elija para entender la realidad que habita. El diseñador familiarizado con la dinámica del mercado, el marketing, la publicidad y el consumo probablemente defenderá como campo de acción el alto impacto, el efecto inmediato, el poner en valor productos y servicios, enfocándose en obtener una porción del bolsillo del consumidor en independencia de ciertas creencias "blandas" acerca de las personas, sus aspiraciones y de cualquier objetivo "humanitario". Mientras el diseñador habituado al trabajo en áreas de bajo retorno económico: micro emprendimientos, ongs, organizaciones de bien social y educativo, va a tender a rechazar instintivamente aquellos proyectos que ponen en primer término el retorno a la inversión antes que el impacto social. Esto es natural que sea así y sería saludable empezar a entender la complementariedad de ambas posturas y la inmanencia de su conflicto.
Una de las cosas que podemos achacarle a vivir dentro de una sociedad neoliberal es que a la par de liberalizar el comercio, permitiendo la diversificación de bienes, productos y servicios, se han multiplicado y creado nuevos perfiles de consumidor, tribus, intereses y estilos de vida con objetivos divergentes, a veces a contrapelo de cualquier definición básica de convivencia en sociedad (caso de las barras bravas, las sectas, los grupos juveniles, las tribus -como se le ha dado en llamar-, etc.); por lo tanto, si a pesar de lo anterior apostamos a que pudiera simplificarse en dos roles básicos la caracterización de los diseñadores: a) un rol social, en el que al diseñador le cabe mejorar la calidad de vida de las personas y b) un rol comercial según el cual el diseñador ayuda a crear mercados, a informar eficazmente de las instituciones que hay tras las marcas, sus productos y servicios a través de todas las interfaces disponibles (web, packaging, medios impresos, objetos, espacios, etc.) para estimular transacciones económicas; podríamos (debiéramos) dudar sistemáticamente de la completitud del cuadro, pues: ¿es que no hay más roles?, ¿hay vida más allá del diseño altruista y el diseño de consumo?, ¿todos son o desalmados mercaderes o emisarios del bien común? De seguro hay muchísimos más matices entre ambas posturas, pero ¿dónde están y qué hacen para vivir?
Cuando nos adentramos en el misterioso universo de los diseñadores que realizan auto encargos, aquellos que han optado por la auto expresión, por imponerse tareas que nadie ha demandado pueden ocurrir cosas inesperadas o curiosamente innovadoras.
Por ejemplo el creciente número de tipógrafos que han cundido especialmente en Latinoamérica parecen contener un saco sin fondo de indagaciones, registros, adaptaciones y juegos que parecieran no convence ni emocionar a ninguna red de capitales de riesgo, ni ayudar a vivir mejor a ningún ser humano en desventaja económica, física o intelectual. Parecieran vivir en un territorio aparte que existe en función de la pasión y el cariño que despierta el oficio del tipógrafo. Tal es su pasión que congregan números importantes de estudiantes y profesionales en torno a sus propias figuras, ídolos y próceres, en seminarios, talleres, congresos, etc.
Pareciera no haber necesidad de mercado para su oficio, por el contrario los consumidores nadamos en la sobreabundancia, en un mundo penetrado por una Web que facilita la descarga gratuita e indiscriminada de fuentes para instalar en el computador, además los consumidores no especializados parecen conformes con las letras funcionales que ofrece cualquier sistema operativo: arial, verdana, times o la inexplicablemente querida comic sans: sin tomar en cuenta que los jóvenes (estudiantes de diseño, púberes, rockeros, aburridos) prueban y juegan con otras menos funcionales o derechamente ilegibles.
Son una comunidad o una comunidad de comunidades compuesta de bandos y satélites, discípulos y maestros, que no deja de sorprender por la concentrada aplicación que les demanda la correcta identificación del apófige o del espolón de una letra, ¡oficio medieval con herramientas del siglo XXI!, ¿cuántos de estos maestros digitales han generado una innovación significativa, es decir valorada por el mercado?, ¿cuál es su mercado?
Dada la densidad y pasión que los mantiene en su producción inagotable de familias de letras tomadas de bares, étnicas, vintage, populares, etc., de seguro se ubican en otra dimensión que a veces busca justificarse social y culturalmente en base a alguno de los dos extremos que expuse.
¿Podríamos entonces calificarlos de arte auto sustentable?
¿Son ellos la última expresión de eso que llamábamos artes aplicadas?

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