Reflexiones, Teoría y Cultura de Diseño

27 octubre 2006

confesiones docentes

El año 2002, en el mes de marzo, comencé mi periplo en el ámbito académico del diseño. En ese tiempo le prestaba servicios a una multinacional importante haciendo diseño, realizando control de calidad, procedimientos, asesoría gráfica a clientes de marketing directo y otros asuntos relacionados. También me defendía haciendo diseño editorial, y por cierto discutiendo, escribiendo, analizando -con mis amigos diseñadores Ulises de Laire, José Luis Bayer, Marcos Correa, Taty Mella, Claudia Savelli, Mauricio Hoyuelos, Pamela Gatica, Christian Soto, Iván Villalobos, Alejandra Torres, Jorge López, Alejandro Chávez, Gonzalo Orellana, María Luisa Cortés, además de Marco Silva, Edward Pearson y otros personajes que rondaron esos años con sus puntos de vista, su humor y su ironía- las infinitas anomalías del diseño chileno y teorizando sobre las influencias de las tecnologías en nuestra cultura.

Por lo tanto cuando comencé a relacionarme con los docentes y los estudiantes de diseño sentí que había dado un "salto cuántico", que de repente el tamaño de mi mundo crecía, pero al mismo tiempo me desviaba de curso, que perdía contacto con mi historia y me alejaba hacía una esfera alucinante, pero al mismo tiempo alucinógena. Siempre sentí que lo que llamábamos academia debía establecer puentes con la realidad comercial de la profesión, así como también creí que era mi deber hablar desde lo que me había tocado vivir, ser testigo de alguna forma del modo en que era visto el diseño por las empresas y por los clientes y "testificar" acerca de mi experiencia. Pero pronto me di cuenta que mi experiencia era limitada, aunque única y valiosa, no llegaba más allá de los ámbitos y el tipo de negociaciones en el cual me había visto involucrado, con sus aciertos y fracasos. Creo haber percibido que el mundo era más grande que los meros pedidos y encargos de los clientes y los cientos de triquiñuelas que se ponen en juego cuando hay que hacer ver la luz a un proyecto de diseño, también creo haberme dado cuenta que la reflexión académica y el pensamiento del diseñador en ejercicio son de naturaleza y objetivo divergente, van en diferentes direcciones y tienen intereses (en el mal y buen sentido) encontrados, lo que en si mismo ya entraña una complejidad mayúscula, un desafío inesperado para mi ingenua incursión en la docencia.

En el ejercicio de la profesión la complejidad está dada por actores cuyo interés es principalmente económico, desde el mandante, el operador o el despachador hasta el consumidor de un producto terminado, este interés determina la dinámica, el tiempo y el compromiso con el trabajo. Los proyectos suelen tener un cliente y el cliente suele jugar un rol determinante en muchas de las decisiones que se toman en el proceso. El diseñador en ejercicio compite por precio, servicio y calidad de diseño con otros diseñadores en condiciones generalmente desiguales, generalmente a ciegas y por cierto olvidado de todas las nociones académicas de “ética, aporte y fundamento” de diseño.

No digo que esto esté bien. Pero debemos reconocer que es así.

Por cierto siempre me cuestioné este accionar servil del diseño, digamos la inoperancia de los criterios y argumentos del diseñador frente a la sola expresión del gusto de su cliente. Algo hacíamos y hacemos mal al intentar “defender” una propuesta de diseño.

Al poco andar en mi experiencia con la docencia me di cuenta que la actividad de argumentar un diseño viene por defecto acompañada del ejercicio impúdico del habla vana, de las flatus vocis, como dijo memorablemente Hernán Frías después de una entrega de proyecto cuando éramos estudiantes: “ ustedes se defienden a puro toyo” (es decir sólo palabrería), tanto de los estudiantes como de sus profesores. Dramático fue, por tanto, descubrir que esta seudo habilidad desarrollada y sobre utilizada por los académicos con los años no había desaparecido, pero que si se había desvanecido entre muchos estudiantes de diseño, ya sea por su incapacidad de hilar frases lógicas y con sentido o por la ausencia de un vocabulario que no fuese coloquial y doméstico, mientras que en muchos honorables profesores la táctica de confundir sin explicar seguía viva y vigente.

¿Problema generacional, deficiencia de la educación escolar?, carencia de dominio en el lenguaje ¿perfil obligado del diseñador... ventaja del profesor verborreico?

Diseñadores que no son escuchados por sus clientes, diseñadores que hablan mucho sin saber bien de qué, estudiantes mudos o carentes de herramientas de expresión. Un escenario como éste obliga por fuerza a bajarse de todo pedestal, de toda pretensión de intelectualidad y empezar de nuevo a barajar las cartas, a cuestionarse la labor propia ¿habría que enseñar a hablar y entender lo que se habla antes de diseñar?, ¿servirían las palabras de siempre, los metalenguajes académicos o los modismos comerciales de la “nueva economía”?, ¿puedo distinguir acaso alguien me entiende cuándo hablo (ya sean clientes  o alumnos)?.

Sé que muchos académicos no hacen el ejercicio de traducirse y sé también que el “daño” de los medios (en el hábito de autoeducarse y poseer una cierta cultura libresca) es irreparable y que nos separa de los estudiantes un abismo de sentido, de prácticas y significados que nos da muchísimo trabajo comprender. Todo lo anterior me hace creer que falta inventar nuevos ejercicios, nuevas experiencias pues las travesías, viajes, experimentos, observaciones e hipótesis ya pierden su brillo, su lustre al tiempo que los estudiantes perciben el desfase y prefieren no entender, no esforzarse en entender, a tomarse la molestía de bailar el baile de sus profesores.

Quizás sea que el mercado cambia vertiginosamente, que la necesidad de novedad es más importante que el deseo de saber. O que el rol del docente está tan mal, tan “desperfilado”, tan repleto de personas que no hallaron algo mejor que hacer o que el ejercicio profesional del diseño está tan plagado de ignorancia y de resentimientos, envidias, egos y arrogancias que remontar el peso histórico de estas circunstancias es una batalla perdida para la mayor parte de los diseñadores con interés en estas cosas.


Sin embargo, tanto la práctica profesional del diseño, como su estudio académico pareciera que gozan de una buena salud aparente,vemos que de pronto hoy se habla con profusión de diseño y se habla del valor estratégico de la disciplina, vemos como aproximadamente 2800 estudiantes ingresan cada año a estudiar alguna de las especialidades que se dictan con mayor o menor acierto en las instituciones de educación. Sin embargo creo que es el momento de hacerse (de hacerme) un análisis a fondo, parar el carro de las prácticas en uso, cuestionarse(me) a conciencia y preguntarse(me) si la máquina que he(mos) montado tiene un objetivo y si he(mos) avanzado, si podemos (si puedo) avanzar más y en qué dirección. Hay que hacerlo, yo lo estoy haciendo y aunque la respuesta probablemente no va a gustarme, el mercado, los estudiantes, la profesión, la docencia y los negocios tienen que decir mucho más que lo que aquí alcanzamos a ver. 

En algún momento debemos (debo) actuar en conciencia.

01 octubre 2006

Comunicación , Diseño y Poder



Entrevista que me realizara Revista Dircom en relación con la ponencia en el encuentro de la Universidad de Palermo. En el vínculo que sigue está el documento en formato pdf.

Comunicación, Diseño y Poder
Revista DirCom nº 63
Septiembre/octubre 2006

pgs. 18 y 19
(Diálogo con Álvaro Magaña Tabilo)